Las aventuras de Mandarino
Por. Mariana Marentes
Había una vez en un pequeño pueblo, un gato color naranja llamado Mandarino.
Mandarino vivía en una encantadora casa con tejado rojo y ventanas blancas. Su
dueña, la señora Marta, lo mimaba y consentía, lo que hacía que Mandarino fuera
el gato más feliz de la comarca.
La vida de Mandarino era perfecta. Pasaba sus días correteando por
el jardín, persiguiendo mariposas y tomando largas siestas al sol. Sin embargo,
había algo que perturbaba la paz de Mandarino. En la oscura y polvorienta
despensa, un astuto ratón llamado Chispeante hacía travesuras a escondidas.
Chispeante, con su pelaje gris y ojos chispeantes, siempre
encontraba la manera de burlar las artimañas de Mandarino. Se metía en la
despensa y jugaba con las provisiones de la señora Marta, haciendo un desorden
y dejando rastros de migajas por toda la cocina. Mandarino, por más astuto que
fuera, no lograba atrapar a Chispeante.
Una tarde, después de otra travesura de Chispeante, Mandarino decidió
que era hora de poner fin a esta situación. Se sentó en el salón, con la cola
dando latigazos de un lado a otro, pensando en una estrategia para atrapar al
escurridizo ratón. Pero Chispeante, desde su escondite, observaba con atención
cada movimiento de Mandarino y planeaba cómo evadir sus intentos.
La batalla entre Mandarino y Chispeante se volvió una guerra de
ingenio y astucia. Mandarino intentaba espiar cada rincón de la casa, mientras
Chispeante se deslizaba por grietas y agujeros, siempre un paso adelante. Sin
embargo, a pesar de la rivalidad, Mandarino se dio cuenta de que la cacería del
ratón se había convertido en un juego que le proporcionaba emoción y diversión.
La señora Marta, ajena a esta guerra doméstica, notó que Mandarino
estaba más activo y juguetón. Se preguntaba qué había cambiado en la vida de su
adorado gato. Mientras tanto, las noches pasaban con Mandarino y Chispeante
persiguiéndose por toda la casa, creando una danza de sombras y risas
silenciosas.
Un día, mientras Mandarino y Chispeante descansaban juntos en un
rincón escondido, la señora Marta los descubrió. Al principio, se enfadó al ver
al ratón en su casa, pero luego se dio cuenta de que la extraña pareja se había
convertido en amigos. La señora Marta sonrió al ver cómo Mandarino y Chispeante
compartían momentos de juego y diversión.
Desde ese día, la casa de la señora Marta se llenó de risas y
travesuras. Mandarino y Chispeante se convirtieron en inseparables compañeros
de juegos, recordándonos que a veces, incluso las rivalidades más inesperadas
pueden transformarse en amistades extraordinarias. Y así, en esa encantadora
casa con tejado rojo y ventanas blancas, la felicidad floreció en las patas de
un gato color naranja y en la cola de un ratón chispeante.
Fin.
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