miércoles, 24 de enero de 2024

Las aventuras de mandarino

 


Las aventuras de Mandarino

Por. Mariana Marentes

Había una vez en un pequeño pueblo, un gato color naranja llamado Mandarino. Mandarino vivía en una encantadora casa con tejado rojo y ventanas blancas. Su dueña, la señora Marta, lo mimaba y consentía, lo que hacía que Mandarino fuera el gato más feliz de la comarca.

La vida de Mandarino era perfecta. Pasaba sus días correteando por el jardín, persiguiendo mariposas y tomando largas siestas al sol. Sin embargo, había algo que perturbaba la paz de Mandarino. En la oscura y polvorienta despensa, un astuto ratón llamado Chispeante hacía travesuras a escondidas.

Chispeante, con su pelaje gris y ojos chispeantes, siempre encontraba la manera de burlar las artimañas de Mandarino. Se metía en la despensa y jugaba con las provisiones de la señora Marta, haciendo un desorden y dejando rastros de migajas por toda la cocina. Mandarino, por más astuto que fuera, no lograba atrapar a Chispeante.

Una tarde, después de otra travesura de Chispeante, Mandarino decidió que era hora de poner fin a esta situación. Se sentó en el salón, con la cola dando latigazos de un lado a otro, pensando en una estrategia para atrapar al escurridizo ratón. Pero Chispeante, desde su escondite, observaba con atención cada movimiento de Mandarino y planeaba cómo evadir sus intentos.

La batalla entre Mandarino y Chispeante se volvió una guerra de ingenio y astucia. Mandarino intentaba espiar cada rincón de la casa, mientras Chispeante se deslizaba por grietas y agujeros, siempre un paso adelante. Sin embargo, a pesar de la rivalidad, Mandarino se dio cuenta de que la cacería del ratón se había convertido en un juego que le proporcionaba emoción y diversión.

La señora Marta, ajena a esta guerra doméstica, notó que Mandarino estaba más activo y juguetón. Se preguntaba qué había cambiado en la vida de su adorado gato. Mientras tanto, las noches pasaban con Mandarino y Chispeante persiguiéndose por toda la casa, creando una danza de sombras y risas silenciosas.

Un día, mientras Mandarino y Chispeante descansaban juntos en un rincón escondido, la señora Marta los descubrió. Al principio, se enfadó al ver al ratón en su casa, pero luego se dio cuenta de que la extraña pareja se había convertido en amigos. La señora Marta sonrió al ver cómo Mandarino y Chispeante compartían momentos de juego y diversión.

Desde ese día, la casa de la señora Marta se llenó de risas y travesuras. Mandarino y Chispeante se convirtieron en inseparables compañeros de juegos, recordándonos que a veces, incluso las rivalidades más inesperadas pueden transformarse en amistades extraordinarias. Y así, en esa encantadora casa con tejado rojo y ventanas blancas, la felicidad floreció en las patas de un gato color naranja y en la cola de un ratón chispeante.

Fin.


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